Con los hijos de los demás ¡Métete!


La reciente publicación de fotografías  en las redes sociales donde se exhibe a  un grupo de adolescentes pertenecientes a un
colectivo del 23 de Enero portando armas de fuego, desató comentarios
sorprendentes por parte de unos candidatos de la oposición y de sus seguidores.
Frente al retrato de los jóvenes armados, los esbirros de la contra-revolución atacan
al Gobierno y a Hugo Chávez por, supuestamente, “propiciar un ambiente de
violencia”. En otros términos, los acusaron de no fijar posición frente a este
hecho. Resulta insólito ver a una María Corina exigir del Estado que se meta
con los hijos de los demás….

Detrás de esta “polémica” que se convirtió en bandera los
discursos de los candidatos a las primarias de la MUD,  está el papel del Estado en la educación de
las futuras generaciones. Desde hace 12 años los opositores vitorean que el
Estado no puede intervenir en ella, que con el futuro de sus hijos “pueden
hacer lo que les dé la gana”, es decir, criarlos en la ideología del
consumismo, del egoísmo y de un liberalismo individualista que se impone al
interés general, al bienestar colectivo y al desarrollo de la Nación. Según la
opinión que siempre han defendido, no les debería importar que una madre decida  utilizar la “toda poderosa” patria potestad
para decidir criar a su hijo según los términos que mejor le parecen. Después
de todo, el principio de una educación sin intervención del Estado queda igual si
decides llevar a tu hijo al Sambil o a un campo de tiro: Eres tú, el
padre/madre quien decide del futuro de tu descendencia.
El hecho de sacar una foto de su hijo con una AK refleja más una
fantasía de los padres (más estúpida que peligrosa) que cualquier determinismo sobre
el futuro del niño. Los padres que han soñado que su hijo sea beisbolista o que
su hija sea recompensada con la corona de Miss Venezuela han visto sus sueños
frustrados a pesar de que estos están vendidos a diario en el sistema
capitalista. Es una postura absurda. De la misma forma, los niños retratados
con el fusil no han matado a nadie.  La
idea de colocarle un fusil en las manos también es absurda.
MariCori debería ahora estar de acuerdo que el papel del Estado en
la educación es el único amparo para impedir que las fantasías y frustraciones
de los padres tengan repercusiones en la educación de las nuevas generaciones.
Más allá del entorno familiar o comunitario, 
impide que la educación de los niños y adolescentes este a cargo de un
promotor de marcas y fetiches, o de un profesor de tiro conocido o encontrado
en los rincones del barrio o de las urbanizaciones. Permite que ellos puedan
desarrollar su propio espíritu crítico y sean autónomos a la hora de tomar sus
decisiones.
El gran revolucionario francés Louis Antoine de Saint Just
(1767-1794), promotor de una educación pública de calidad en Francia proponía
que “los niños
[sean] educados desde los 5 años hasta los 16 por la Patria” y que esta
educación sea “militar de los 9 años hasta los 16” (1).  Que Maricori se tranquilice, la propuesta del
nuevo Estado no contempla ni retirar la patria potestad a
los padres ni educar militarmente a los jóvenes, quien deben ser mayor de edad
para alistarse en el Ejercito o en la milicia. La propuesta educacional de un
Estado es favorecer el desarrollo integral de los alumnos y preservarlos de
intereses ajenos tal como los de las empresas, de las religiones o, en este caso,
de las metas de un colectivo del 23.
Como Maricori  insiste en
que el Estado debe preocuparse por los hijos de los demás, y reafirme su
soberanía educacional, le podríamos sugerir que exija del mismo la aplicación
de las leyes que regulan el contenido de los programas de televisión para que
impida la propagación de los mensajes violentos y decadentes en las televisoras
comerciales, que lo exhorte a que no se sigua permitiendo que las empresas
privadas financien carreras universitarias para absorber los “cerebros criollos”
en detrimento del desarrollo de la Nación, y que reclame al Estado el cese
inmediato del financiamiento público a las escuelas privadas de la Asociación
Venezolana de Escuelas Católicas ; que las nacionalice si ellas no pueden
dotarse de un financiamiento propio. Claro, que los compre, porque siempre una
nacionalización es una compra y no un robo.  


(1) Louis Antoine
de Saint Just, « La Libertad pasó como una tormenta, España, ed. El Viejo
Topo, 2006, p.
184.